Hace unos días reuní un poco de tiempo y me acerqué hasta Montesinho, una pequeña aldea al otro lado de La Raya, en el noroeste trasmontano. Montesinho es también el nombre de un Parque Natural de más de 75.000 has., incluido en la Reserva de la Biosfera transfonteriza “Meseta Ibérica” junto a Sanabria, la Sierra de la Culebra, los Arribes del Duero, Villafáfila, Douro Internacional, etc, etc.
Montesinho ostenta el título o calificación de “aldea preservada”. Debo decir que no he encontrado información sobre lo que esto significa realmente: en la práctica, en esta comarca, diferencia a los pequeños pueblos que han conservado su aspecto y actividad tradicionales y por eso mismo resultan atractivos para el turismo rural. En Montesinho encontraremos unas cuantas casas dedicadas a ello, fácilmente distinguibles por esa decoración rústica un poco tópica que tanto abunda en el sector. Que conste que no es un reproche: hoy por hoy ya es una seña de identidad de un tipo de oferta y es lo que la mayoría de los viajeros van a buscar; lo bueno aquí es que también existe una actividad más real, de auténtico sector primario, y ambas se ven perfectamente imbricadas.
Cuando llegué, una fina lluvia otoñal me llevó hasta el bar, que acababa de abrir pero ya contaba con media docena de parroquianos. Apuraban los últimos momentos antes de empezar la jornada a base de los minúsculos cafés portugueses. Escampó y cada uno nos fuimos a cumplir con nuestra labor: la mía fue callejear sin rumbo y admirar la construcción en piedra de las viejas casas, con detalles tan parecidos a los de mi propia tierra. Las líneas sobre los mapas rara vez suponen grandes diferencias sobre el terreno y allí lo pude constatar una vez más.
Cerca de la plaza encontré el anuncio del “Percurso pedestre do Porto Furado”, una pequeña ruta de senderismo (PR-3) de unos ocho kilómetros y dificultad media por los alrededores montañosos de la aldea. Me apeteció hacerla de inmediato. Miré al cielo: unas negras nubes auguraban que la lluvia volvería a no mucho tardar. Me miré a mí mismo: playeras, ropa de calle… también tenía un paraguas y una botella de agua en la mochila, más que suficiente para decidirme. “Si se pone muy mal, doy la vuelta” – me dije.
Mapa de ruta: Parque Natural Montesinho
La ruta va ganando altura entre bien ordenadas plantaciones de castaños. Se adivina que en tiempos no muy lejanos esos mismos terrenos debieron ser prados o incluso huertas, pero, como en otros lados, el éxodo rural ha forzado la reconversión. El camino es amplio y se nota transitado. Al alejarnos de la población, los castaños son sustituidos por un frondoso robledal – Quercus Pyrenaica – y numerosos helechos.
Por supuesto, no llevo altímetro, ni GPS, ni una triste app en el móvil; calculo que sobre la cota de los 1.200m la pendiente se hace más suave y los robles dejan paso al matorral: chaguazo, carqueixa, urz… Destacan en el horizonte, al otro lado del valle, grandes rocas de granito de caprichosas formas que más tarde veremos de cerca. A nuestra derecha se eleva un picacho de forma cónica llamado Falgueirao, una “elevación granítica que ilustra bien la geología de la parte alta de la Sierra de Montesinho, dominada por granitoides hercínicos de dos micas y que conforma el final de un extenso batolito que se extiende hacia el noroeste, dando origen en territorio español a la Sierra de Gamoneda”(1)
La mayor altura del recorrido (sobre los 1.290m) se alcanza en la Presa de Sierra Serrada, un aprovechamiento hidráulico que sirve tanto para abastecer de agua a Braganza como para la producción eléctrica. Leo después que su masa de agua constituye un ecosistema artificial en el que es posible la pesca (trucha) y la observación de aves. Yo tengo la mala suerte de encontrarlo en niveles muy bajos y sólo consigo atisbar algunos corzos en las inmediaciones.
La lluvia otoñal no ha ido a mayores, pero tampoco ha cesado en casi ningún momento. Poco antes de llegar a la presa, la ruta ha abandonado el camino amplio que seguía desde el comienzo y se ha internado como estrecho sendero entre el matorral, cuyo roce me empapa la ropa por debajo del paraguas. La cámara de fotos se vuelve un poco loca con la humedad. Pienso por primera vez que a lo mejor debería haberme dado la vuelta antes.
Inicio el descenso, que transcurrirá por el otro lado del valle, pasando bajo la tubería que desagua la presa. El camino se estrecha entre un hermoso bosque de ribera donde predominan fresnos, abedules y sauces, por el que vamos a llegar a Porto Furado; un afloramiento granítico con un orificio perforado en su parte baja que formó parte de un sistema de conducción de agua para explotaciones mineras en la época romana. Yo, con toda sinceridad, sólo vi el agujero: parece ser que personas más avisadas que yo son capaces de distinguir entre las rocas restos de un gran depósito, de canales y otros vestigios de una estructura que habría llegado hasta el vecino pueblo de Franca.
Tampoco me entero de mucho al llegar a la siguiente etapa: Castro Curisco. Me sobrecoge, eso sí, la monumentalidad del paisaje cubierto de grandes bloques de granito – que había divisado desde lejos en el momento de la subida – y me quedo con ganas de dedicarle más tiempo para trepar a alguna roca, pero las playeras no son el calzado más adecuado para ello y mi ropa empapada empieza a agobiarme. Sólo después sabré que el Castro es un conjunto de arte rupestre “compuesto por siete rocas, seis de ellas al nivel del suelo, con pequeñas cuevas, en la mayoría de los casos orientadas en dirección al fondo del valle, y una, de contorno vagamente zoomórfico, en vertical, con cruces, alguna de más de dos brazos, en todas sus caras. Ésta es conocida localmente como Fraga Medideira, ya que se piensa que sus señales fueron realizadas por mozos que subían el ganado a los pastos altos de la sierra como forma de registrar su crecimiento en altura.“(1) Por su simplicidad. resulta difícil datar estas huellas de la actividad humana, pero se considera que en el caso de las pequeñas cuevas “se puede remontar a tiempos pre o protohistóricos“(1)
Pasado este paraje el camino discurre en un tramo importante sobre la misma roca: hay que estar atento a la señalización y tener cuidado con los resbalones, ya que, aparte de la lluvia que a mí me acompañó, es una zona de gran humedad. Después de cruzar el arroyo sobre otro puente de piedra tosca la pendiente se suaviza y así volveremos al pueblo admirando los prados ribereños y el colorido de los fresnos.
Entré en Montesinho tan mojado como el perro que se tiró al río para coger la pelotita de goma; y tan contento como el mismo perro cuando su dueño le da dos palmadas de agradecimiento. Un paseo muy agradable y, sobre todo, muy completo: en apenas ocho kilómetros había disfrutado de parajes diferentes y muy representativos de la región. Eso sí: no entré de nuevo en el bar para intentar calentarme. Me dio vergüenza hacerlo con la ropa encharcada. Me monté en el coche, puse la calefacción a tope y volví a casa.
(1) Información del folleto editado por el Parque Natural de Montesinho
IN:xibeliuss.wordpress.com
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